Reportaje a Gustavo Díaz Naar, “el poeta de la legalidad”




Por Deibys Palomino Tamayo

Allá va con su caminao tumbao como quien lleva la sabrosura en la sangre, baja de los cerros del barrio Puerto Rico, atraviesa todo el Kennedy Arriba y Abajo, y se sienta en la terraza de El Batazo a meditar mientras, el sol le llega pleno a la cara y le da energías para empezar el día, sin probar bocado.
Después de esa sesión, Gustavo, con su mocho de pantalón remendado, camiseta averaguada y zapatos ahuecados, emprende su travesía por la Avenida Bicentenario en sentido Norte-Sur hasta llegar al Centro de Lorica y adentrarse en el Mercado.
No obstante el hambre y la necesidad de llevar la sarapa para el rancho, jamás se propone robar. Más bien acude a su bacanería y aguaje de gozón para arrancarle unas monedas a sus “napas” (panas) como él los define.
“Mi brother te tengo unos poemas bien ‘mariguanescos’ para que me pongas atención y te bajes del bus”, con estas frases al estilo de “El Flecha” y “El Pachanga”, “asalta” a su primer “contribuyente”, un comerciante de arroz y arranca su recital machacado: “Cógela ‘vesua’ mi ‘napa’ porque voy con todo, no te la tires de ‘vovi’ conmigo porque te va mal, tú sabes que soy nacido en este río de aguas mestizas y no “moco tocuen” así que quédate ‘toquie’”. Termina su intervención, se manda una mano a sus genitales y empuña la otra muñeca extendida hacia el “contribuyente”, “chóquela mi llave y bájate del bus con un milagro de Dios” (mil barras)
Así, recitando al revés fragmentos de “Changó el gran putas” la obra de su entrañable amigo Manuel Zapata Olivella y compinche de aventuras, Gustavo Díaz Naar “el poeta de la legalidad” se rebusca la vida y completa la sarapa diaria.
Gustavo, tiene alma de vagabundo. En los ochenta se fue con Manuel Zapata Olivella  para Bogotá al “Encuentro de las dos Colombia”, organizado por el médico y antropólogo. “El ‘maño’ un día se apareció en mi casa y me dijo que empacara maletas y arrancamos pa’ la nevera, allá me comí de cuento a los cachacos y la pasé bacano con los labios rotos por el frío”, relató y también recordó que acompañó a Zapata Olivella cuando aspiró al Concejo Municipal y los votos del médico le aparecieron a Antonio J. Mercado quedándose con la curul del mulato.
En la década de los sesenta, a su regreso forzado de Cartagena, abrió las puertas de una cantina a la que llamó “Le Greti Mosmi Nomo” (El Mismo Tigre Mono), después en los setentas, cuando David Sánchez Juliao andaba recogiendo datos para escribir historias, inauguró el famoso bar “El Tuqui Tuqui”, a donde iba el joven escritor a escuchar las historias repentinas que contaban los mamadores de ron blanco, fumadores de Pielroja y cannabis al son de chachachás y las guarachas de Cortijo y su Combo hasta que los morosos le fallaron y no hubo más remedio que apagar el picó y cerrar. 
Años después el Tuqui Tuqui se hizo célebre en la obra de David Sánchez Juliao, El Flecha. En esos tiempos la “maracachafa” estaba en su apogeo, Gustavo la probó y adoptó una personalidad de bacán, de mírame pero no me toques y de chicanero. En esas noches de bohemia conoció mujeres y tuvo a sus cinco hijos, sin casarse. Una de sus cuatro hijas, Marlin Patricia de 18 años en 1984 fue asesinada en extrañas circunstancias en Maracaibo – Venezuela. De este tema se salió como salen los boxeadores cuando están contra las cuerdas: esquivando golpes.
Pero de sus otros hijos, Gustavo ‘el Rebúscate’, un mototaxista de 34 años; Cristián de 25, Catalina de 27, Nataly de 23 y Karen de 19, Gustavo se refiere con cariño y dice que sus hijas son tronco de coletas pero unos bollazos. 
Del ‘viejo Deivi’, Gustavo comenta que fueron amigos de infancia, jugaban en el callejón del Teatro Martha con José ‘el ratón’ Saavedra, Aquilino Palomino, Manuel Figueroa ‘Mañitocabeza’, los hermanos Polo y los hermanos Puche, Rodolfo y ‘Toño’.
“Ese man pintaba lo que iba ser – dice-  él jugaba trompo y bolita de uña con nosotros pero andaba en lo suyo, ñerda hasta que un día corrió la bola por toda ‘Lorica Saudita’ dizque ‘el viejo Deivi’ se había vuelto loco porque quería ser escritor, semejante chisme fue comida de varios días hasta que el man se pisó de aquí para México y regresó para escribir los cuentos que todos conocemos y nosotros aquí: jo-di-dos”, remata mandándose la mano a la nuca en señal de ahorcado.
Entre La Esperanza y Chambacú, un pasaje de contrastes 
Al comenzar la década de los cincuenta, como todo hijo de familia acomodada, Gustavo fue enviado a estudiar a Cartagena en el colegio La Esperanza, el más prestigioso y a donde eran matriculados los hijos de las familias acomodadas de Lorica, los ‘pupis’, como él mismo los llama.
“Eso fue un pasaje de contrastes porque estudiaba en el colegio más caro, pero vivía en el más pobre y peligroso de Cartagena: Chambacú, – anotó - allá la Policía no pasaba el puente de madera porque de Chambacú “El corral de negros” como lo bautizó Manuel Zapata Olivella, no salía”, agregó. 
En ese barrio, cuna de boxeadores como ‘Kid Pambelé’ y atracadores, Gustavo cogió el swing y el tumbao de los salsosos y allá conoció a Celia Guzmán, ‘la Icho’, la mamá de su hija asesinada en Maracaibo. 
En Cartagena, Gustavo se consagró a los libros y fue sobresaliente, recitaba  poemas memorizados de Neruda y pasajes de La Iliada, por eso se expresa con facilidad y elocuencia y con una memoria prodigiosa.
Allá el hijo adoptivo de Anastasio y Estebanita, mientras en La Esperanza se codeaba con los Jattin, los Manzur y Juan Gossaín, recorría las calles de Getsemaní y Chambacú, hasta que terminó el bachillerato pero la prosperidad se acabó cuando su padre adoptivo murió y no pudo ingresar a la universidad; Gustavo regresó a Lorica hecho todo un bachiller a administrar “El mismo tigre mono” y “El Tuqui Tuqui”, hasta que el cierre de caja fue definitivo.
Desde entonces, hasta hoy, el hijo biológico de José Díaz Julio - a quien conoció  los 20 años de edad - y Carmelina Naar (viva con 90 años) comenzó a deambular por las calles polvorientas de Lorica en tiempos de agudo verano y enlagunadas cuando el río Sinú sobrepasa los límites.
Actor natural 
Una mañana de ocio, la asistente de producción del largometraje “Retratos en un mar de mentiras” me pidió que convocara a un casting para escoger extras, pero con apariencia de gente enferma, llevada del putas. Pensé en ‘El Loquillo’ Gustavo y lo busqué por cielo y tierra preguntando por él sin obtener respuesta, hasta que al caer la tarde lo encontré recostado sobre las paredes del Palacio Municipal montándole cacería al alcalde ‘el Rodo’ para quitarle un milagro de Dios. Lo notifiqué de la convocatoria y me prometió mostrar sus dotes de actor integral y experto porque en los ochenta grabó con David Sánchez Juliao y José Hortas Durango ‘El Flecha’, “Y nosotros maniatamos la lástima”, “yo fui el malo de la película y al ‘Davi’ lo colgaron”, relató.
Al día siguiente ‘el loquillo’ me buscó y se me atravesó en el camino para contarme la última: “viejo Deivi, mi brother, acabo de firmar contrato de exclusividad para la película y lo mejor fue que no me hicieron casting porque la pelada me vio la casta y tú quedas contratado como mi manager”.
Fue cierto que no le hicieron casting, la asistente me comentó que estaba bien llevado y así lo estaban buscando. Junto a Gustavo fueron escogidos Gabriel Santana Ríos, un viejo tejedor de chinchorros, cantador de rancheras y tomador de ñeque que todos los días se sienta en el pretil del Edificio González, la locación escogida por los productores, y Álvaro ‘Premier’ Padilla, un coleto de 1.85 de estatura que se rebusca cargando bultos, barriendo negocios y botando basura al río. A los dos tampoco les hicieron el casting.
Fueron tres días de intenso rodaje. A Gustavo le tocó personificar a un enfermo moribundo descamisado en un hospital en ruinas y con los trabajadores en huelga. En una escena tuvo una discusión semántica con los productores porque le pedían que le llamara chulos a unos goleros, él argumentaba que en la Costa le dicen goleros y al final aceptaron su disertación y la escena quedó grabada con ese vocablo nuevo para los cachacos.
El último día de rodaje, Gustavo recibió treinta mil pesos de honorarios, se los embolsilló, y con aguaje de legalidad me dio las gracias y bajó afanado por las escaleras “viejo Deivi, tengo que llevar la “parasa” a la casa porque salí sin dejar nada”. 
‘El loquillo’ atravesó el Parque de Bolívar con el sol a sus espaldas y con el retumbe de las campanas de la Iglesia que indicaban las cinco de la tarde y se perdió entre las viejas edificaciones del Centro Histórico de Lorica.

Comentarios

  1. que personaje.. me hubiera gustado conocido ante. paz en tu tumba

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