Cambió los guantes por un fusil Amancio Castro: del ring al monte, de la gloria al infierno
• Reportaje a un ex campeón mundial de boxeo que colgó los guantes para empuñar un fusil. Después de desmovilizado cayó en las drogas y robó en las calles de Montería.
DEIBYS PALOMINO TAMAYO
Con su rostro fatigado por el fragor de los combates en el ring y en la selva; con una sonrisa amplia que asoma sus escasos dientes amarillentos y cargados de sarro, y con testimonios que se confunden con delirios, Amancio Castro Padilla desempolva su memoria para recordar sus triunfos en el ring y fracasos en la vida.
La vida deportiva de Amancio Castro Padilla se remonta cuando en 1984 mandó a la lona a Antonio Cervantes ‘Kid Pambelé’, en una velada boxística en Cartagena de Indias.
“Lo puse patas arriba en el cuarto asalto”, recuerda Amancio y se vanagloria, “esperó hasta el último conteo para pararse y comenzó a hacerme trampa, me metió los dedos en los ojos y veía dos Pambelé”, comenta y asegura que esa pelea se la dieron a su rival, el ex campeón mundial que ya andaba en malos pasos. Pasos que años más tarde él seguiría.
Ocho años después de aquel memorable combate en la Plaza de Toros, en 1992, Amancio, nacido en Bajo Limón, un insospechado caserío de Moñitos, Córdoba, se coronó campeón mundial de boxeo en la categoría walter junior, derrotó en Miami al cubano Mauricio Rodríguez.
A partir de esa noche, el púgil cordobés comenzó a probar las mieles de la fama. Recuerda que una noche en Miami llegó a una fiesta de gala y a su arribo comenzaron a rodearlo. “Yo no estaba acostumbrado a eso, yo era de otra clase”, dice y da el giro para burlar las preguntas.
Comienza el conteo: 1, 2, 3…
Lo que Amancio Castro vivió después de posarse el fajín orbital en su cintura fue un conteo regresivo. Mientras esperaba una buena oferta para defender el título, lo poco que obtuvo en la noche del triunfo se le esfumó y agrega que le hicieron una jugada sucia con el dinero: cuando ganó la corona mundial, el paso siguiente fue el retiro a la selva.
Vinieron meses de desespero porque la velada de la defensa no se concretaba. Un día se vino de Miami. Meses después fue declarado vacante el título porque la Confederación Internacional de Boxeo (CIB), organización que lo avalaba se disolvió.
Decepcionado porque no fue destronado en el ring, sino noqueado en un tribunal deportivo, el ahora ex campeón mundial de las 140 libras decidió colgar los guantes.
Amancio Castro colgó los guantes y se fue para el monte a empuñar un fusil como combatiente de las autodefensas
Del ring a la selva, 4, 5,…
Sin la fama, y sin el dinero, los “amigos” ocasionales del campeón desaparecieron, esos asaltos fueron mermando su defensa. Pero vino un jab directo al mentón que lo dejó grogui: su esposa Nelly Montero se fue con sus tres hijos. Ese golpe lo mando a la lona, sin conteo. Otro nocaut en la vida de Amancio Castro.
Solitario se hallaba en las polvorientas calles de Montería. En las tardes se iba para el Coliseo Happy Lora a tratar de olvidar, pero la terapia era lesiva al ver a los nuevos púgiles que querían seguir sus pasos. “los golpes que le daban a los sacos de arena me retumbaban en oído”, dice Amancio con su mirada melancólica.
Impotente porque ya la edad le había pasado la factura de útil en el boxeo, Amancio Castro recibió una oferta: pelear como combatiente de las autodefensas. En 1993 ingresó como alias ‘Melchor’, su nuevo ring eran las selvas del Catatumbo, Norte de Santander, y su nuevo “manager” era el temible y sanguinario jefe paramilitar alias ‘Tasmania’. Allá no tenía que tirar jab, uper cut, ni ganchos, sino balazos. En vez de guantes había fusiles AK-47.
En la frontera con Venezuela, alias ‘Melchor’ se hizo rebautizar como alias ‘Campeón’. “allá me apoderé de la cocina”, comenta y, quizá delirante, asegura que ingresaron a Venezuela por Maracaibo para derrocar a Hugo Chávez porque, según él, entre la guerrilla y la guardia venezolana destruyeron a Tibú, un pueblo fronterizo colombiano.
Después de seis meses en la frontera colombo-venezolana, alias ‘Melchor’ o ‘Campeón’ regresó a Montería de vacaciones. Cumplido su período vacacional decidió no volver al Catatumbo y le llegaron razones de llamamiento. “Yo mandé a decir que me cambiaran de zona porque allá me querían matar, me dieron hueso de muerto, pero a mí no me entra la bala, en Francia me dieron el elixir de la vida”, otro apunte que pone a pensar.
Ante la desobediencia le vino el traslado para el Bloque Mineros, fue como un cambio de cuerda boxística, su nuevo “manager” de combate era alias ‘Cuco Vanoy’. Le tocaba guerrear en el Bajo Cauca antioqueño, en límites con Córdoba.
Adiós a las armas, 6, 7,…
En el 2006, fueron las negociaciones de los ‘paras’ con el Gobierno, ese año Amancio se desmovilizó, dejó las armas y regresó a la civilidad, ahora como ex combatiente.
Amparado en la ley, la vida del ex púgil y ex para dio un giro quizás común para los protagonistas del deporte de las narices chatas. Sin rumbo y presa del desespero, Amancio Castro cayó en el abismo de las drogas y dio el paso al raterismo.
Consumía cannabis, bazuco, cocaína, y todo el alcohol que oliera. En el mundillo del vicio, también llegó a robar. “Mi especialidad era el escapismo: coge con la izquierda y pasa a la derecha”. Se ufana de decir que nunca lo pillaron ni pisó la cárcel. “Todo robo con hambre es piadoso”, apunta tratando de justificar su conducta.
Una tarde lluviosa vino el arrepentimiento para Amancio cuando regresaba a casa de su novia, después de días de “narcopea”. El hermano de su amada le advirtió que no quería verlo a metros de ella, entonces comenzó a llorar y pedir ayuda.
Esa noche, tras una charla con sus hijos y su compañera decidió someterse a tratamiento. Pero la única condición que puso para abandonar las drogas y la calle fue que le permitieran darse la última soplada.
Aprobada esta insólita condición, el ex combatiente se fue para Medellín a un centro de rehabilitación. De la capital antioqueña regresó como ex drogadicto. Ahora asiste a clases sico-sociales, mientras espera que el gobierno local le cumpla nombrándolo como entrenador de boxeo. Sobre esta promesa apunta que le prometieron que al término de la Ley de Garantías sería una realidad. También espera que el Estado le otorgue la pensión vitalicia, como la que obtuvo su ex contrincante ‘Kid Pambelé’ y recientemente Miguel María ‘Máscara’ Maturana, después de duros combates legales.
Mientras esas promesas se cumplen, Amancio Castro le hace sombras a los fantasmas de su pasado con el conteo en su contra, quizás en el ocaso de su vida.
DEIBYS PALOMINO TAMAYO
Con su rostro fatigado por el fragor de los combates en el ring y en la selva; con una sonrisa amplia que asoma sus escasos dientes amarillentos y cargados de sarro, y con testimonios que se confunden con delirios, Amancio Castro Padilla desempolva su memoria para recordar sus triunfos en el ring y fracasos en la vida.
La vida deportiva de Amancio Castro Padilla se remonta cuando en 1984 mandó a la lona a Antonio Cervantes ‘Kid Pambelé’, en una velada boxística en Cartagena de Indias.
“En una pelea, Pambelé me metió los dedos en los ojos y comencé a ver dos Pambelé”
“Lo puse patas arriba en el cuarto asalto”, recuerda Amancio y se vanagloria, “esperó hasta el último conteo para pararse y comenzó a hacerme trampa, me metió los dedos en los ojos y veía dos Pambelé”, comenta y asegura que esa pelea se la dieron a su rival, el ex campeón mundial que ya andaba en malos pasos. Pasos que años más tarde él seguiría.
Ocho años después de aquel memorable combate en la Plaza de Toros, en 1992, Amancio, nacido en Bajo Limón, un insospechado caserío de Moñitos, Córdoba, se coronó campeón mundial de boxeo en la categoría walter junior, derrotó en Miami al cubano Mauricio Rodríguez.
A partir de esa noche, el púgil cordobés comenzó a probar las mieles de la fama. Recuerda que una noche en Miami llegó a una fiesta de gala y a su arribo comenzaron a rodearlo. “Yo no estaba acostumbrado a eso, yo era de otra clase”, dice y da el giro para burlar las preguntas.
Comienza el conteo: 1, 2, 3…
Lo que Amancio Castro vivió después de posarse el fajín orbital en su cintura fue un conteo regresivo. Mientras esperaba una buena oferta para defender el título, lo poco que obtuvo en la noche del triunfo se le esfumó y agrega que le hicieron una jugada sucia con el dinero: cuando ganó la corona mundial, el paso siguiente fue el retiro a la selva.
Vinieron meses de desespero porque la velada de la defensa no se concretaba. Un día se vino de Miami. Meses después fue declarado vacante el título porque la Confederación Internacional de Boxeo (CIB), organización que lo avalaba se disolvió.
Decepcionado porque no fue destronado en el ring, sino noqueado en un tribunal deportivo, el ahora ex campeón mundial de las 140 libras decidió colgar los guantes.
Amancio Castro colgó los guantes y se fue para el monte a empuñar un fusil como combatiente de las autodefensas
Del ring a la selva, 4, 5,…
Sin la fama, y sin el dinero, los “amigos” ocasionales del campeón desaparecieron, esos asaltos fueron mermando su defensa. Pero vino un jab directo al mentón que lo dejó grogui: su esposa Nelly Montero se fue con sus tres hijos. Ese golpe lo mando a la lona, sin conteo. Otro nocaut en la vida de Amancio Castro.
Solitario se hallaba en las polvorientas calles de Montería. En las tardes se iba para el Coliseo Happy Lora a tratar de olvidar, pero la terapia era lesiva al ver a los nuevos púgiles que querían seguir sus pasos. “los golpes que le daban a los sacos de arena me retumbaban en oído”, dice Amancio con su mirada melancólica.
Impotente porque ya la edad le había pasado la factura de útil en el boxeo, Amancio Castro recibió una oferta: pelear como combatiente de las autodefensas. En 1993 ingresó como alias ‘Melchor’, su nuevo ring eran las selvas del Catatumbo, Norte de Santander, y su nuevo “manager” era el temible y sanguinario jefe paramilitar alias ‘Tasmania’. Allá no tenía que tirar jab, uper cut, ni ganchos, sino balazos. En vez de guantes había fusiles AK-47.
En la frontera con Venezuela, alias ‘Melchor’ se hizo rebautizar como alias ‘Campeón’. “allá me apoderé de la cocina”, comenta y, quizá delirante, asegura que ingresaron a Venezuela por Maracaibo para derrocar a Hugo Chávez porque, según él, entre la guerrilla y la guardia venezolana destruyeron a Tibú, un pueblo fronterizo colombiano.
Después de seis meses en la frontera colombo-venezolana, alias ‘Melchor’ o ‘Campeón’ regresó a Montería de vacaciones. Cumplido su período vacacional decidió no volver al Catatumbo y le llegaron razones de llamamiento. “Yo mandé a decir que me cambiaran de zona porque allá me querían matar, me dieron hueso de muerto, pero a mí no me entra la bala, en Francia me dieron el elixir de la vida”, otro apunte que pone a pensar.
Ante la desobediencia le vino el traslado para el Bloque Mineros, fue como un cambio de cuerda boxística, su nuevo “manager” de combate era alias ‘Cuco Vanoy’. Le tocaba guerrear en el Bajo Cauca antioqueño, en límites con Córdoba.
Adiós a las armas, 6, 7,…
En el 2006, fueron las negociaciones de los ‘paras’ con el Gobierno, ese año Amancio se desmovilizó, dejó las armas y regresó a la civilidad, ahora como ex combatiente.
Amparado en la ley, la vida del ex púgil y ex para dio un giro quizás común para los protagonistas del deporte de las narices chatas. Sin rumbo y presa del desespero, Amancio Castro cayó en el abismo de las drogas y dio el paso al raterismo.
Consumía cannabis, bazuco, cocaína, y todo el alcohol que oliera. En el mundillo del vicio, también llegó a robar. “Mi especialidad era el escapismo: coge con la izquierda y pasa a la derecha”. Se ufana de decir que nunca lo pillaron ni pisó la cárcel. “Todo robo con hambre es piadoso”, apunta tratando de justificar su conducta.
Una tarde lluviosa vino el arrepentimiento para Amancio cuando regresaba a casa de su novia, después de días de “narcopea”. El hermano de su amada le advirtió que no quería verlo a metros de ella, entonces comenzó a llorar y pedir ayuda.
Esa noche, tras una charla con sus hijos y su compañera decidió someterse a tratamiento. Pero la única condición que puso para abandonar las drogas y la calle fue que le permitieran darse la última soplada.
“Antes del tratamiento puse como condición que me dejaran meter la última soplada”
Aprobada esta insólita condición, el ex combatiente se fue para Medellín a un centro de rehabilitación. De la capital antioqueña regresó como ex drogadicto. Ahora asiste a clases sico-sociales, mientras espera que el gobierno local le cumpla nombrándolo como entrenador de boxeo. Sobre esta promesa apunta que le prometieron que al término de la Ley de Garantías sería una realidad. También espera que el Estado le otorgue la pensión vitalicia, como la que obtuvo su ex contrincante ‘Kid Pambelé’ y recientemente Miguel María ‘Máscara’ Maturana, después de duros combates legales.
Mientras esas promesas se cumplen, Amancio Castro le hace sombras a los fantasmas de su pasado con el conteo en su contra, quizás en el ocaso de su vida.
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