David Sánchez Juliao, se fue a la eternidad

  •       La literatura Caribe perdió a uno de sus más insignes representantes. El hombre que sacó a Lorica de su anonimato y volvió la jerga popular un relató común a través de El Flecha, El Pachanga y Fosforito, sus inmortales personajes.

DEIBYS PALOMINO TAMAYO

En la aciaga mañana del 9 de febrero de 2011 una voz se apagó. Dejó de embrujarnos con su timbre cálido y profundo, ese que hizo de la simple cotidianidad loriquera su musa literaria.
De las polvorientas y coloniales calles de Lorica salieron sus inmortales personajes: El Flecha y su madre peleonera, la niña Tulia; El Pachanga, y Fosforito, el chismoso vendedor de jugos. A través de sus voces salimos a escena, tuvimos un nombre y somos protagonistas en el concierto nacional y mundial.
Esa cotidianidad Caribe recreada y dignificada por el escritor, nos hizo perder la “vergüenza” del ser corronchos. Esa condición de la que nos avergonzábamos y hasta nos burlábamos en nuestros semejantes. De eso vivió orgulloso hasta el último momento; hasta le hizo honor en su composición valleneta El Indio Sinuano, grabada por Alfredo Gutiérrez. 

Literato, precoz, y rebelde
Cuentan quienes jugaron con David Sánchez Juliao, que era aficionado a los juegos de vaqueros por la influencia de las películas mexicanas: Aquilino Palomino dice que el hijo de Nhora Juliao llegaba encapuchado en su caballito de palo dándoles a todos con varitas de matarratón, “era el chacho de la película”, anota su amigo de infancia.
Desde tierna edad,  David Sánchez Juliao mostró su afición por la escritura, pero también de aventurero, además de rebelde. Su progenitora le decía ‘el soñador’. A pesar de su inclinación por las letras, se resistía a ir a la escuela. Su hermana, Gloria Sánchez, relató que David tenía alma de aventurero empedernido, que como no quería ir a la escuela su padre, Rafael Sánchez Cárdenas, lo envió a un seminario en Medellín. Allá pronto se aburrió y volvió a Lorica. Como castigo el viejo Rafael lo ocupó como despachador de gasolina en un servicentro de la familia. Pero en esta labor duró poco porque su tío Eugenio Sánchez, embajador en Canadá, mandó por él. Allá en seis meses dominó el inglés. “Era fácil para el aprendizaje”, dice su hermana Gloria.
Fachada del bar Tuqui - Tuqui, mencionado en su obra El Flecha



Cuando regresó a Lorica, sus amigos lo extrañaban porque ya no jugaba con ellos. La niña Nhora y el viejo Rafael lo inquirieron para decidir su futuro. Y, en palabras de él, “Yo les dije: quiero ser escritor, decidí tomar el riesgo de fracasar”, dijo en una de sus amenas charlas de terraza.
Es entonces cuando decide cargar maletas hacia México, la meca del cine y la vanguardia cultural. Es en Cuernavaca donde escribe Pero sigo siendo el rey, obra llevada a la televisión, y Mi sangre aunque plebeya. Dos piezas de la cultura popular mexicana de mucho arraigo en Colombia.
Entre 1975 y 1981, salen al mercado unas novedades literarias bautizadas como audio - literatura o literatura cassette. Sus obras ¿Por qué me llevas al hospital en canoa papá?, El Flecha, y El Pachanga, grabaciones que en la voz de su autor, siguen agotándose. Pero si sus obras literarias se agotaban, su talento, su carisma y su alegría Caribe, eran inagotables, como inagotables serán los recuerdos que ha dejado en la retina de sus paisanos, amigos, lectores, críticos y familiares.
“Me voy, qué rico, me voy feliz”
Estas fueron las últimas frases de quien fue calificado como el “mago de la palabra”. Su entrañable amigo de Lorica, Víctor Molinello, relató que David Sánchez Juliao lo llamó minutos antes de su muerte. “Víctor, me estoy muriendo, me voy, qué rico, me voy feliz”, así de alegre se despidió el hombre que durante 65 años hizo llorar a carcajadas a sus amigos y lectores por sus divertida imaginación que plasmaba en letras. Pero en la mañana siguiente esas risas se volvieron llanto.

Hasta siempre, viejo ‘Deivi’    
 


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